sábado, 29 de mayo de 2010

Experimento de la tercera persona

A vista de pájaro podemos ver toda la ciudad. Desde esta perspectiva parecen garrapatas circulando por el entramado peludo de un perro cualquiera. Decidimos acercarnos un poco más para así poder observar con mayor detalle. Nuestra mente curiosa nos anima a ello. Conforme vamos acercándonos al núcleo de la ciudad observamos como la gente se dirige de un sitio a otro. Por fin nos situamos en el centro de la calle más transitada y confirmamos lo que veníamos viendo desde lejos. Todos parecen tener prisa por llegar a sus destinos. Pasan por nuestro lado con la cabeza agachada, lo cual es obvio, pues no pueden vernos. Pero nadie para para hablar con alguna de las personas con las que se cruza. Ni siquiera se miran a la cara. Nos parece una vida estresante y sin ningún tipo de emoción.


Cuando ya estamos a punto de marchar, nuestra atención es atraída por una persona. Es una chica. Bastante normal, si acaso eso es forma alguna de describir a alguien. Lo que queremos decir es que no nos ha llamado la atención ningún aspecto de su físico. Sí, podríamos decir que es de estatura corta, morena de pelo largo y liso y, presumiblemente joven, treinta años quizá, pero es algo que no podremos saber con exactitud, porqué no podemos preguntárselo.


La razón por la que ha llamado nuestra atención es porque está parada. Es algo que nos sorprende entre este tumulto de gente y provoca nuestra más sana curiosidad. Podríamos incluso añadir que está nerviosa, su mirada recorre la cara de un sitio a otro. Nos acercamos un poco más y observamos con detalle que por el rostro de su cara se desliza una capa fina de sudor. Bajamos la mirada y vemos que su mano izquierda está temblando ligeramente y la derecha se dirige mecánicamente una y otra vez hacia su boca con la finalidad de acabar con las pocas uñas que le quedan. Sin atisbo de duda por nuestra parte decidimos seguir centrando nuestra mirada en ella cuando empieza a andar.


En ese mismo instante parece haberse percatado de algo y hecha a andar. Dirigimos la mirada hacia la misma dirección que ella y observamos justo delante de nosotros a un hombre de paso irregular. Zigzaguea al tiempo que choca contra la gente que le viene de frente. No hay lugar a la duda, está ebrio. Volvemos a mirar hacia la chica y vemos que ha incrementado el paso y se está acercando hacia el borracho. Su mirada se ha tensado. Está totalmente concentrada en su objetivo. El sudor ha empañado totalmente su cara. Un ligero destello nos indica que lleva algo en la mano izquierda. Nos acercamos para ver con más detalle. Nos sobrecogemos. Es un cuchillo de cocina. No hemos podido ver el momento exacto en el que lo sacaba seguramente porque estábamos observando al hombre, pero intuimos que lo llevaba escondido en el bolso.


Queremos gritar e intentar avisar al hombre. Pero sabemos que no podemos. No nos está permitido influir ni ser partícipes de la realidad. Es algo que hemos tenido que aprender a soportar. Somos meros espectadores objetivos de la realidad y como tales, seguimos observando, por frío que pueda llegar a parecer. No es una excusa, no podíamos cambiar esto porque así tenía que ser. Tu y yo lo sabemos. No pudimos hacer nada. La punta del cuchillo sale por el pecho del hombre y una gran cantidad de sangre sale despedida contra el suelo. La mujer suelta el mango del cuchillo y sale corriendo en dirección opuesta hasta mezclarse con la gente. El suelo parece temblar al ser impactado por el cuerpo del hombre malherido. Una señora grita y la gente comienza a formar corrillo alrededor del cuerpo desangrado. No nos gustan las multitudes ni el ruido por lo que empezamos a alejarnos hacia arriba.


Desconocemos las razones que han llevado a la mujer a llevar a cabo esto. A fin de cuentas, no somos omnisciente. Tan sólo estamos capacitados para observar los hechos y relatarlos tal y como los vemos. El transcurso de los hechos y demás detalles es algo que quizá pueda explicar mejor un amigo que tengo. Iré a buscarlo a ver si se anima. . .

domingo, 23 de mayo de 2010

Hoy me permito la libertad de coger prestado este texto del Tuenti de Enrique (odia que escriba Kike y me veo en la obligación de respetarlo). Creo que es de los textos más bonitos que me han dedicado y la verdad es que me emocionó bastante).

“Hay una fuerza más poderosa que la energía cinética, la nuclear y la electricidad: la voluntad”.
Oníricas fragancias de una jovial adolescencia. Perdimos las batallas y las guerras.
¿Recuerdas, amigo, cuándo juramos luchar por un mundo mejor?, ¿cuándo sólo nos importaban los tiempos por los que entraríamos en el fragor de una batalla a la que denominábamos manifestación?

Perdimos, amigo, perdimos.

Nuestras creencias eran el resultado de unos ideales forjados con libros que predicaban glorias para los hombres, y nosotros los creímos.
Los defendíamos ante docentes, padres, abuelos y amigos. No quedaba duda de que éramos niños y no podíamos hacer nada, pero de adultos hemos hecho menos.
Nos vencieron las marionetas que prefieren guiarse por algo que no entienden. La gente no busca un ideal, busca seguridad, quedando engañados por sofistas sin más conocimiento que el de los folios de un asesor.

Ganamos, amigo, en verdad ganamos.

Porque gané a alguien como tú. No sólo el cariño ni el respeto, sino amistad que nace de una esperanza tenue y con forma de estela que se acurruca en mi pecho. Me acuerdo de cada una de las sonrisas que transmitían tu rostro, y de cómo me convencías con cada una de tus sabias palabras. Vi el resurgir de un niño que se encontraba en un camino llamado crecer, y ahora me doy cuenta: seguiría allí. Me sentaría en aquel sitio donde cabalgaba algún corcel ya domado, mientras el vino corría de nuestro estómago, hacia nuestras venas. Sentíamos que nuestro poder e influencias no tenían límite.

Perdimos por unas marionetas que ahora creen que son libres, sin ver los transparentes hilos que nublan su juicio y se aprisionan de su mente.

Pero he descubierto que sí gane una libertad. La libertad existe cuando sonrío contigo...
...compañero del alma, compañero.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El río y la basura

En esta lúgubre ciudad existe un misterioso lugar, apartado de las miradas de propios y extraños. Lo llamo “mi rincón”. Sí, sé que no es un brote de originalidad por mi parte, pero me atrevería a jurar que nadie más conoce ese sitio, por lo que lo considero parte de mí. De hecho, y aún con riesgo de sonar contradictorio, yo mismo no estoy muy seguro de conocerlo del todo. Tengo la sensación de que es un lugar que nunca llegaré a conocer por mas veces que visite. Pero sé que lo necesito. En los días que no consigo encontrar el sitio me siento extraño. Parsimonioso y desganado. Como si fuera todo automatizado y dejarme llevar hasta que el día por fin acabe fuera mi objetivo principal en esta vida.


Me atrevería a decir que el misterioso lugar nunca se encuentra en el mismo sitio. Va cambiando aleatoriamente su ubicación y la entrada siempre es diferente, lo mismo es una puerta color verde chillón en medio de la nada como otro día que tenía forma de ascensor. Da igual la forma que tenga, una vez entro sé que es “mi rincón”. Es curioso, pero creo que sólo consigo encontrarlo cuando no lo busco. Y según qué factores me rodeen tengo más o menos probabilidades de encontrarlo. Por ejemplo, las noches en las que salgo y bebo, las probabilidades de encontrarlo son mucho mayores. Sí, lo normal es pensar que estoy loco, pero no es así. Ese lugar existe, pues aunque haya sido con mucha menor frecuencia, también he estado en él en días normales en los que estaba totalmente lúcido.


Hay algo más curioso. Cuando por fin entro en “mi rincón” el sitio se ve inmenso. Un camino de tierra kilométrico surge desde la puerta hasta el infinito. Da exactamente igual que desde fuera la apariencia fuera la de una pequeña casa de unos veinte metros cuadrados. Una vez entro noto como el espacio va creciendo y creciendo y por más lejos que mire no llego a ver el final. Nunca me he atrevido a andar demasiado. No creo que supiera regresar hasta la salida. Creo que el día que ande un poco más nunca volveré.


Pero hay algo todavía más misterioso. Normalmente está junto a la entrada, otras veces tienes que avanzar unos pocos metros, pero siempre se repite la misma escena. Un cubo de basura abierto a la derecha del camino y un río a la izquierda del mismo. Aunque esto ya de por si pueda parecer extraño no es aquí donde reside lo curioso. Me he ido fijando a lo largo de mis visitas a “mi rincón” y creo que ya estoy en disposición de afirmar con rotundidad que existe algún tipo de relación entre el río y el cubo. A veces llego y el cubo tiene algo de basura. En las progresivas visitas, observo que poco a poco el cubo se va llenando de basura y el olor cada vez es más insoportable. En todos esos días el río permanece seco, sin un ápice de agua. Pero resulta, que cuando el cubo parece que va a estallar y ya no cabe más basura dentro, por el río empieza a descender agua. Parece una locura, pero es cierto. El que se elimine la basura del cubo provoca que por el río emane el agua. De hecho, es tal la relación, que dependiendo de si la basura se elimina más o menos rápido, por el río desciende una mayor o menor cantidad de agua. Hubo un día que me llevé un buen susto, pues la basura del cubo desapareció de un plumazo y del río cayó un torrente de agua que casi me lleva por delante y estuve un buen tiempo mareado.

Los días que eso sucede lo paso muy mal. Temo ser arrastrado por la corriente de agua. Pero una vez consigo salvarme me siento mucho mejor. Desahogado sería la palabra y nunca mejor dicho.

Dentro de poco quizá me adentre un poco más en el misterioso lugar. Si descubro algo nuevo os lo contaré.