Nunca dejé de hacerlo. Nunca me rendí. A pesar de las zancadillas que me pusieron en el camino. Sin excluir las decepciones, las numerosas ilusiones frustradas, la gente que prefirió ir quedándose en el camino. Contando por supuesto, con mi enfermedad. Esa maldita locura que no hace más que limitarme una y otra vez en cada uno de mis propósitos. Esa amarga sensación con la que tengo que lidiar a todas horas. Esa desgarradora locura que me hizo comprender que podía soportar cualquier tipo de dolor físico. Pues no es nada comparado con el otro dolor. El que no cicatriza, por mucho que digan, ni con el tiempo. Pero todas estas cosas no hicieron que me detuviera nunca. Todo lo contrario. Consiguieron renovarme el ánimo en aquellos momentos en que la luz del camino se iba apagando lentamente.
Cada vez que uno de tus traicioneros empujones provocaba que me diera de bruces contra el suelo, las palmas de mis manos se apoyaban con el único fin de incorporarme rápidamente. Cuando uno de tus escupitajos se deslizaba asquerosamente por mi rostro, mis dedos se adentraban automáticamente en mi bolsillo para coger un pañuelo. Nadie podrá acusarme nunca de haber respondido con violencia. Mi mejor arma siempre han sido las palabras. En un mundo en el que cuando crees que sabes utilizarlas te das cuenta que no sirven de nada.
Quizá todo esto os parezca una carta de despedida. Las memorias de alguien eternamente deprimido y que nada más quiere saber de la vida. Nada más lejos de la realidad, tan sólo me apetecía desahogarme. Como ya he dicho al principio, nunca me rendiré. Ni ante el mismísimo Apocalipsis. Seguiré persiguiendo mis sueños. Seguiré levantándome una y otra vez y aprendiendo de cada caída. Es mi manera de entender la vida. Y es por ello que soy un valiente.
2 comentarios:
Ya no hay cinismo ni hipocresía, tan solo desacuerdo con lo pasado. Pero valentía sé que hay mucha... Espero leer infinitos escritos tuyos aquí, me encanta como lo haces. Ánimo (mucho) y suerte. Tunser
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