miércoles, 18 de marzo de 2009

Un cínico e hipócrita valiente

Nunca dejé de hacerlo. Nunca me rendí. A pesar de las zancadillas que me pusieron en el camino. Sin excluir las decepciones, las numerosas ilusiones frustradas, la gente que prefirió ir quedándose en el camino. Contando por supuesto, con mi enfermedad. Esa maldita locura que no hace más que limitarme una y otra vez en cada uno de mis propósitos. Esa amarga sensación con la que tengo que lidiar a todas horas. Esa desgarradora locura que me hizo comprender que podía soportar cualquier tipo de dolor físico. Pues no es nada comparado con el otro dolor. El que no cicatriza, por mucho que digan, ni con el tiempo. Pero todas estas cosas no hicieron que me detuviera nunca. Todo lo contrario. Consiguieron renovarme el ánimo en aquellos momentos en que la luz del camino se iba apagando lentamente.


Cada vez que uno de tus traicioneros empujones provocaba que me diera de bruces contra el suelo, las palmas de mis manos se apoyaban con el único fin de incorporarme rápidamente. Cuando uno de tus escupitajos se deslizaba asquerosamente por mi rostro, mis dedos se adentraban automáticamente en mi bolsillo para coger un pañuelo. Nadie podrá acusarme nunca de haber respondido con violencia. Mi mejor arma siempre han sido las palabras. En un mundo en el que cuando crees que sabes utilizarlas te das cuenta que no sirven de nada.


Por mis venas no corre sangre. Por ellas sólo circulan lágrimas. Llevo reprimiéndolas desde que dejé de hacer mis necesidades en la cama. Y os aseguro que hace mucho tiempo de eso. No os podéis llegar a imaginar el sufrimiento que he sentido. Los desgarradores gritos de dolor que han salido de mi boca cuando nadie podía escucharlos.


Quizá todo esto me lo merezca. Hace mucho tiempo yo hice cosas peores que las que he recibido. Me divertía con el sufrimiento ajeno. Me avergüenza reconocerlo. Pero es la realidad. Es por ello que soy un hipócrita. Algunos intentan exculparme aludiendo que era muy crío, que lo hacía para llamar la atención y ganar la popularidad que todos los jóvenes ansían. Lo cierto es que no hay lugar para las excusas. No existe el perdón. No puedo ahora quejarme de soportar unas actitudes que fueron las que yo adopté. Es por ello que soy un cínico.


Pero la gente cambia. No todos. Se necesita la predisposición de uno mismo, y a veces, no es demasiado tarde para haber aprendido de los errores cometidos. Mi personalidad cambió del día a la noche. El chico alegre que a todo el mundo hacía reír, aquel que nunca se agobiaba por mucha gente que hubiera a su alrededor se convirtió en alguien serio, reservado y con un aire distante ante las multitudes.


Quizá todo esto os parezca una carta de despedida. Las memorias de alguien eternamente deprimido y que nada más quiere saber de la vida. Nada más lejos de la realidad, tan sólo me apetecía desahogarme. Como ya he dicho al principio, nunca me rendiré. Ni ante el mismísimo Apocalipsis. Seguiré persiguiendo mis sueños. Seguiré levantándome una y otra vez y aprendiendo de cada caída. Es mi manera de entender la vida. Y es por ello que soy un valiente.

2 comentarios:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Ya no hay cinismo ni hipocresía, tan solo desacuerdo con lo pasado. Pero valentía sé que hay mucha... Espero leer infinitos escritos tuyos aquí, me encanta como lo haces. Ánimo (mucho) y suerte. Tunser